“Me perdí” le digo por el celular mientras que él trataba de darme direcciones fallidas. Tras caer en la cuenta que su derecha es mi izquierda y corregir el error, aparezco en su barrio, la parte bonita de Surquillo, rodeada de edificios altísimos y nuevos. El de la esquina es el suyo. Piso 12. Abre la puerta. Lo saludo, sonreímos e ingreso. De noche las luces amarillas iluminan la ciudad. A lo lejos se ve la cruz del cerro y por el otro lado el supermercado “Metro” se distingue claramente. No me acerco a la terraza porque soy acrofóbica. Sobre el sofá marrón hay una fotografía suya ganadora de algún premio, según me cuenta. En la foto se ve el espejo retrovisor de un bus, en frente del bus hay una bicicleta que pasa. El marco es azul, como la puerta. Cerca a la puerta hay un cuadro grande. Me dice que lo pintó en una época “inestable” de su vida. Luego me comenta que aún guarda sus cassettes antiguos. Entramos en una habitación vacía pero con solo un armario empotrado que oculta los cassettes y alguno que otro cd. Le digo “todo puedes pasarlo a mp3”, él se ríe. Me invita a ver su nueva televisión. Dicho aparato se encuentra en su recámara. Acepto la invitación. Me quito los zapatos. Me siento en su cama. Desde su ventana se ve mi carro. Cierra la cortina. Una única lámpara alumbra la habitación. La apaga. Me comenta que hace frío. Nos metemos bajo las sábanas. Me pregunta “¿Le haz dicho a alguien que estás aquí?”. Le respondo “No, ¿Por qué?”. Me dice “Porque estas en la cama con alguien que recién conoces por Internet, puedo ser un asesino”. Tiene razón. Para ser un hombre 11 años mayor que yo, me mató.
Nota: Tarea de Taller de Periodismo Narrativo - Crónica.
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